31 agosto 2016

Reflexiones personales con un bol de cereales: de vuelta a los inicios

Mes 1:

Como ya comenté al principio de esta historia, yo siempre he sido una persona gordita, con tendencia a engordar, y una niña con bastantes kilos de más. Desde que tengo 14 años siempre he vivido a régimen. Malvivo a base de guisos y filetes a la plancha con ensalada, cambiando las lentejas por judías y los tomates por judías verdes para no morir del aburrimiento. Ceno una ensalada. Y no adelgazo. Mi mente dice que ingiero menos calorías de las recomendadas, lo que se dice estar a dieta, pero no adelgazo.

La teoría predominante es que si quemas más calorías de las que ingieres, adelgazas. Punto. O mi metabolismo basal está estropeado, o yo no sé sumar (lo que va a ser un gran problema) o aquí falla algo.

Vaaale, que ya os estoy escuchando. Sí, me bebo una cerveza al día, de media. Pero eso vienen a ser unas 100 calorías. Si me ceno un tomate aliñado ya lo he compensado, ¿no? Vamos, que es una cerveza, dos los fines de semana. Eso no debería arruinar años de filetes a la plancha.

Que las únicas grasas que entran en mi casa, aparte de mis michelines, es la botella de aceite de oliva virgen para las tostadas y la ensalada. Que hasta los yogures son desnatados.

Hay noches que incluso no ceno y me tomo un cuenco de cereales, no esos del anuncio pero de muesli con fruta. Por cambiar un poco. O desayuno cuatro galletas en vez del chorreón ese de aceite en la tostada o la capa medio invisible de mantequilla. Por aquello de no atiborrarme.




Y no funciona. Me estoy deprimiendo, la verdad. Vivo deprimida y al borde de la inanición ;)

Y entonces empiezo a leer acerca de estas teorías (sobre las que seguiré insistiendo), que afirman que una caloría no es una caloría. Es decir. que todas las calorías no son iguales. Y leo, y leo, y me voy a la cocina a mirar las etiquetas de los alimentos y empiezo a descubrir cosas que no había notado antes. En las que no me había fijado nunca.

¿Y si tienen razón? ¿Y si son los cereales, las galletas, el tomate frito, los zumos y las barritas energéticas esas para matar el hambre las que lo están estropeando todo?

No puedo convencer al mundo, pero puedo usarme a mí misma de conejillo de indias. No es que vaya a tirar la comida que ya tengo, pero cuando se acabe, se acabó. Vamos a probar la teoría. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que voy a tener que cambiar de marca de cereales y las galletas por un sandwich de queso? ¿Los zumos de naranja por los de tomate? ¿Té helado? ¿¿Comer con agua??

¿Y si puedo comerme un bocata de jamón y un plato de chícharos sin remordimientos? Y un filete con patatas...

¿Y si sólo consiste en racionar la ingesta de azúcar? Porque es verdad lo que comentan todos acerca de los 30 años. Hace 30 años cambiamos la forma de comer... y no funciona.

PS: Es difícil hacer un estudio de estos, porque tú coges a un grupo de cien voluntarios y les dices: "queremos saber si el azúcar es mala, así que os vamos a atiborrar durante un mes a ver si os da un yuyu y se os empieza a estropear el hígado", y van te sacan el dedo. Vale, no todos, pero seguro que alguno te saca el dedo ;)
Estudios hay, pero muy pocos. No resulta muy ético, la verdad. Sólo puedes coger a la gente que consume mucha azúcar, por iniciativa propia, y ver qué les está pasando. Y a los que no consumen casi ninguna, y ver si les pasa lo mismo, y de ahí tratar de extrapolar (bonita palabra que me recuerda al tema 24 de las oposiciones) los resultados.

Y la gente me dice: "Pesá eres un rato, ¿pero has adelgazado?" Bueno, puede que un par de kilos, pero tirada en el sofá con una cerveza en la mano y el aire acondicionado puesto... pues como que no. Pero también es verdad que me siento mucho mejor, y que yo prácticamente nunca he tomado azúcar, salvo la que me colaban sin enterarme.

Y ahora, de vuelta al trabajo empieza de verdad la prueba de fuego. ¿Funcionará?








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